Historia de una Pasión: Steven Seagal y Yo
Capítulo tercero
Conocía a Steven de verlo en la panadería o yendo de un lado para otro con sus amigas. Algunos de mis amigos decían conocerlo, incluso Marcos insistía en que fue él quien le luxó el hombro por primera vez, aunque nunca llegué a creerle.
Fue por una de esas casualidades que coincidimos en una fiesta de cumpleaños. El recuerdo de esa noche aún permanece fresco en mi memoria: su mirada recia, imperceptiblemente expresiva; su saco estilo oriental con cuello mao y sus manos entrecruzadas dentro de sus amplias mangas. Su pelo negro con efecto mojado terminado en una cola de caballo tenían un brillo cautivante. En un momento se acercó preguntándome si sabía dónde podía conseguir algo de hielo. No es fácil sostener la mirada en los ojos del hombre que escapó de un infierno bajo tierra. Tartamudeando y con gestos semiespasmódicos intenté decirle que no tenía idea, me dio la espalda ofuscado y le preguntó a otro chico quien lo acompañó hasta la cocina. Había perdido la primera batalla, fui sometido psicológicamente y lamenté el hecho de haber desperdiciado esa oportunidad. Aún tenía la esperanza de que tampoco aceptara el desafío del otro contendiente, o que por lo menos fuera breve y limitara la lucha a quebrarle un par de dedos. Al parecer tendría mi segunda oportunidad, lo vi regresar de la cocina a los pocos minutos y sin sangre en sus puños, aunque la pulcritud con la que él alecciona a los malhechores es uno de sus rasgos más distintivos.
La noche seguía su curso y yo aún no tomaba coraje. El CD que estaba puesto acababa de terminar y como yo estaba sentado en el sillón cerca del equipo me arrimé para poner otro. Me puse a buscar entre pilas de grandes éxitos, entre ellos me llamó la atención “Electrónica MegaHits” y cuando mi mano iba hacia ése disco es interceptada en su trayectoria por otra que me toma la muñeca, al ver a quién pertenecía temí por mi vida por un momento. Pero en vez de darme una paliza me dice “mejor éste”, y me pasa “Melódicos Latinos 96”. Ninguna persona en su sano juicio lo hubiera contradicho.
Fue por una de esas casualidades que coincidimos en una fiesta de cumpleaños. El recuerdo de esa noche aún permanece fresco en mi memoria: su mirada recia, imperceptiblemente expresiva; su saco estilo oriental con cuello mao y sus manos entrecruzadas dentro de sus amplias mangas. Su pelo negro con efecto mojado terminado en una cola de caballo tenían un brillo cautivante. En un momento se acercó preguntándome si sabía dónde podía conseguir algo de hielo. No es fácil sostener la mirada en los ojos del hombre que escapó de un infierno bajo tierra. Tartamudeando y con gestos semiespasmódicos intenté decirle que no tenía idea, me dio la espalda ofuscado y le preguntó a otro chico quien lo acompañó hasta la cocina. Había perdido la primera batalla, fui sometido psicológicamente y lamenté el hecho de haber desperdiciado esa oportunidad. Aún tenía la esperanza de que tampoco aceptara el desafío del otro contendiente, o que por lo menos fuera breve y limitara la lucha a quebrarle un par de dedos. Al parecer tendría mi segunda oportunidad, lo vi regresar de la cocina a los pocos minutos y sin sangre en sus puños, aunque la pulcritud con la que él alecciona a los malhechores es uno de sus rasgos más distintivos.
La noche seguía su curso y yo aún no tomaba coraje. El CD que estaba puesto acababa de terminar y como yo estaba sentado en el sillón cerca del equipo me arrimé para poner otro. Me puse a buscar entre pilas de grandes éxitos, entre ellos me llamó la atención “Electrónica MegaHits” y cuando mi mano iba hacia ése disco es interceptada en su trayectoria por otra que me toma la muñeca, al ver a quién pertenecía temí por mi vida por un momento. Pero en vez de darme una paliza me dice “mejor éste”, y me pasa “Melódicos Latinos 96”. Ninguna persona en su sano juicio lo hubiera contradicho.
(continuará...)
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Capítulo segundo
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